¿PORQUÉ ENSEÑAMOS LA HISTORIA DEL HOLOCAUSTO?

Puesto que el objetivo de enseñar cualquier sujeto es activar la curiosidad intelectual del alumno para inspirar un pensamiento crítico y un crecimiento personal, es de aconsejar que se estructure el plan de clase considerando profundamente algunas cuestiones de propósito. Antes de decidir qué y cómo se enseña recomendamos que se considere lo siguiente:
Entre las diversas razones ofrecidas por los educadores que han incorporado un estudio del Holocausto en sus varios cursos y disciplinas están los siguientes:

- El Holocausto fue un punto decisivo, no sólo del siglo XX sino de la historia de la humanidad por entero. Fue un intento sin precedente de asesinar un pueblo entero y de extinguir su cultura.

- Un estudio del Holocausto ayuda a los alumnos a pensar sobre el uso y el abuso del poder y el papel y las responsabilidades que tienen los individuos, las organizaciones y las naciones al enfrentarse con violaciones de derechos civiles y/o políticas genocidas.

- Estudiar el Holocausto ayuda a los alumnos a desarrollar un entendimiento de las ramificaciones del prejuicio, el racismo y los estereotipos de una sociedad. Ayuda a los alumnos a desarrollar una conciencia del valor del pluralismo y les anima a la tolerancia en una sociedad diversificada y plural.

- La historia del Holocausto demuestra como una nación moderna puede utilizar su experiencia tecnológica y su infraestructura burocrática para ejecutar prácticas destructivas que abarcan desde la ingeniería social hasta el genocidio.

- El Holocausto provee un contexto para explorar los peligros del silencio, la apatía y la indiferencia frente a la opresión de otros.

- Al ganar conocimiento de los muchos factores históricos, sociales, religiosos, políticos y económicos que acumulativamente resultaron en el Holocausto, los alumnos ganan conciencia de la complejidad del tema y una perspectiva sobre cómo una convergencia de factores puede contribuir a la desintegración de los valores democráticos. Los alumnos llegan a entender que es la responsabilidad de los ciudadanos en una democracia aprender a identificar las señales de peligro y a saber cuándo reaccionar.

El Holocausto se ha hecho un tema central en la cultura de muchos países. Esto se refleja en como está representado en los medios de comunicación y en la cultura popular. La educación del Holocausto puede ofrecer a los alumnos un conocimiento histórico y aptitudes necesarias para comprender y evaluar estas manifestaciones culturales.

Fuente: Task Force for International Cooperation on Holocaust education remembrance and research

sábado, 12 de septiembre de 2009

Concurso para otorgar becas de estudio en Yad Vashem

El Museo del Holocausto de Buenos Aires llama a concurso para otorgar becas de estudio en Jerusalem.

Desde el 10 hasta el 20 de enero de 2010 o desde el 31 de enero al 10 de febrero de 2010 se realizarán, en el Museo del Holocausto de Jerusalem, los Seminarios y Workshops de Capacitación para Docentes en actividad: Memoria de la Shoá y los Dilemas de su Transmisión. Los mismos se dictarán en español en Yad Vashem, en la Universidad Hebrea - Campus Mount Scopus - y en otros sitios relacionados con la temática de la Shoá, en Israel.

Tanto la confección como el diseño académico del programa general, se realizan en forma mancomunada y coordinada entre la Escuela de Enseñanza de la Shoá (Yad Vashem) y el Centro Internacional para la Enseñanza Universitaria de la Cultura Judía (Universidad Hebrea de Jerusalem). El Museo del Holocausto de Buenos Aires, colabora con la tarea de difundir y convocar a participar del concurso.

Para más información, dirigirse a: direccionejecutiva@fmh.org.ar con copia a: secretaria@fmh.org.ar

Ultimo día de recepción de CV: lunes 21 de septiembre de 2009, 14 horas.

lunes, 18 de mayo de 2009

"Occidente vivió bajo el signo del olvido; ahora hay una cultura de la memoria"

Entrevista al Filósofo español MANUEL REYES MATE.

Muchos países esconden su pasado recortando recuerdos, que son homenaje a las víctimas y revisión del vínculo entre política y violencia. España, a 70 años de la Guerra Civil, muestra que se deben aplicar justicia y reparación.

La duración del pasado se extiende al presente, penetra el futuro y se abre a nuevos sentidos. A siete décadas de finalizada la Guerra Civil española, persisten los ecos de ese enfrentamiento, la memoria de las víctimas y el anhelo de justicia. No le extraña esta vitalidad del pasado a Manuel Reyes Mate, filósofo español entregado a pensar Auschwitz y la violencia que se proyecta sobre la cultura. España tiene, como otros países, un pasado cargado de muertes.

¿Cómo lo viene procesando?

El 1° de abril se cumplió el 70° aniversario del final de la Guerra Civil, de la que se habla ahora más que nunca. La razón es porque ha habido mucho silencio sobre ella. Un silencio obligado durante la dictadura y uno acordado en la transición política. La transición española se hizo bajo el signo del olvido. Hasta se presentó esa fórmula como un modelo a seguir. El silencio era obligado por la relación de fuerzas de entonces; era una democracia militarmente vigilada. Entonces seguramente se hizo lo que se pudo, pero no lo que se debió.

¿Por qué es tan asertivo?

Es que no había ninguna razón para pensar que el olvido era la fórmula correcta para superar una etapa de dictadura y acelerar la democracia. Hay una memoria histórica pendiente que se ha empezado a manifestar hace una década, coincidiendo con varios factores, uno es la aparición de los nietos. La figura de los nietos es muy importante; el nieto tiene una distancia respecto a los acontecimientos que no tienen los hijos ni los padres, y también el nieto quiere saber. Ellos integran asociaciones para la recuperación de la memoria histórica. En todo el mundo hay una conciencia, una cultura de la memoria que no había antes.También ha habido un silencio sobre Auschwitz hasta finales de los años 70 en Alemania.

Se entendía que se debía mirar hacia adelante... Occidente vivió bajo el signo del olvido. Ahora hay una cultura de la memoria. El juicio de Eichmann supuso un cambio que más tarde se consumó. Esta cultura de la memoria explica la situación española actual, la conciencia viva de que hay un pedestal pasado por pensar.


¿Cómo juzga las intervenciones judiciales sobre el pasado violento? ¿La Justicia da la palabra final?

Esta idea de que la juricatura o un parlamento van a imponer una lectura final del pasado no es lo que está en juego en España. De lo que se trata es de interpretar, darles una significación política o moral a hechos que conocemos todos. Eso es lo que estaba en juego en las intervenciones del juez Garzón. En España los poderes políticos no son muy favorables a la memoria. Y entonces el gobierno de Zapatero intentó una ley que se ha dado en llamar de "Memoria histórica", pero que no es una ley de la memoria histórica; es una ley pensada para ampliar los colectivos damnificados por la guerra y repararlos materialmente. Lo que pasa es que la opinión pública entendió que estaba sobre la mesa algo más que la reparación: el problema de la memoria histórica. Entonces, la ley iba por un sitio y el debate público iba por otro. La opinión pública quería que se valorara lo que significaban todos esos desastres.

Lo que hizo Baltasar Garzón fue reavivar el debate a través de medidas jurídicas poco ortodoxas. Y ha conseguido poner sobre la mesa aspectos que la Ley de Memoria Histórica no contemplaba, como qué pasa con esos juicios sumarísimos a tantos republicanos por ser republicanos y que siguen sin revisarse. Y lo otro que consiguió fue un listado de desaparecidos y represaliados después de la Guerra Civil. Se pensaba que la cosa podía estar en torno a los 20 o 30 mil y han resultado ser más de 150 mil. Y eso lo único que demuestra es la deuda pendiente con el pasado, que el derecho no se atreve a afrontar y que los políticos tratan de torearlo, pero que la opinión pública se resiste a olvidar.

¿Sigue, entonces, estando en juego el destino de los muertos?

Estamos asistiendo a un cambio en el derecho del concepto de justicia. En castellano, la palabra justicia es muy ambigua, porque justicia era el verdugo, el que ajusticiaba. Hay una idea de la justicia como castigo al culpable. Pero crece la idea de que justicia es reparar el daño a la víctima. Son dos enfoques muy diferentes. Para Walter Benjamin la justicia tiene que ver con el sufrimiento inferido al inocente, y eso implica recurrir al concepto de memoria. El dice que la memoria es lo que hace que la injusticia pasada exista. Sin memoria, la injusticia deja de existir. Entonces, para que haya justicia tiene que haber presencia de las injusticias. Y eso sólo es posible a través de la memoria. La memoria de la injusticia es lo que nos permite hablar con rigor de justicia.

Occidente, mientras ha entendido la justicia como castigo al culpable, mientras se ha desentendido de la justicia a los muertos y de reparar aquello que parecía irreparable, ha construido un concepto de justicia muy pobre, porque esa justicia se declaraba incompetente en aspectos fundamentales de la injusticia, como es fundamentalmente la injusticia a las víctimas de la historia, a los muertos. La genialidad de Benjamin es hacernos ver que si no colocamos a los muertos como presente de los vivos, es decir, si no atendemos a la injusticia que se ha hecho a los muertos, tenemos garantizada la injusticia a los vivos. Si la historia se ha construido sobre víctimas, la única manera de romper esa lógica es manteniendo en la memoria las víctimas del pasado, no dando vuelta las páginas.

¿Qué riesgos trae la pasividad del espectador, la indiferencia ?

Marek Edelman, uno de los sobrevivientes del Gueto de Varsovia, acabó sus memorias diciendo que indiferencia y crimen es lo mismo. Yo he pensado mucho en esta frase a propósito del problema de violencia política que más directamente tenemos los españoles, el terrorismo etarra, el cual se explica por la indiferencia de la opinión pública, por el apoyo de una pequeña parte de ella y por el desinterés de su mayor parte. Venimos de una tradición muy peligrosa, que ha cultivado la indiferencia. Los espectadores tendemos a ser cobardes; hace falta una cultura de la responsabilidad. Nueve de cada diez europeos miraron hacia otra parte mientras el hitlerismo exterminaba a los judíos. No se explica la shoáh sin la indiferencia de las iglesias, los intelectuales y la opinión pública.

Hay filósofos que usan hoy la expresión "abuso de memoria". ¿Cuándo se da ese abuso?

Es evidente que hay abusos de la memoria. Pero hay críticos de la memoria sin haber llegado a ella, antes de que se empiece a recordar, como hay críticos de la Ilustración sin haber pasado por ella. Cuando al fin empezaba a hablarse de la memoria, ya algunos decían que era un abuso de ella. La memoria es un material peligroso, altamente inflamable. Y no me refiero a la ideología de las víctimas ni a la de los sobrevivientes, eso es secundario.

¿Por qué?

Porque lo importante es la significación objetiva de las víctimas. Las víctimas tienen un significado en sí mismo, en el hecho de serlo, más allá de lo que pensaran. Más importante que la ideología republicana de la víctima republicana es el hecho de ser víctima. La significación de las víctimas lleva directamente a repensar el tema de política y violencia. No puede haber ningún homenaje a las víctimas que de alguna manera signifique justificar un nuevo tipo de violencia o crear condiciones para su reproducción. El último significado de la memoria de las víctimas es repensar la relación entre violencia y política. Y en ese campo es donde se decide un uso o un abuso de la memoria.

Un uso de la memoria que llega a la reproducción de la violencia bajo el signo del odio o la revancha es un abuso de la memoria. Una memoria bien entendida lleva a repensar la relación entre violencia y política: la mayoría de los testimonios de las víctimas llama la atención por la serenidad con la que juzgan su experiencia. Un sobreviviente de un atentado de ETA, actual diputado del Partido Socialista, a quien la bomba le llevó por delante la pierna -era un jugador de voleyball de 21 años- dijo: "Esa experiencia me ha curado del odio; me ha hecho muy sensible a lo que significa la violencia en la política". Este es el tono general de los sobrevivientes; somos los intérpretes los que cargamos las escopetas.

¿No necesitamos también olvidar, acaso no lo necesitan las víctimas?

Hay un olvido terapéutico que es indiscutible. Las víctimas individualmente necesitan olvidar para sobrevivir, y eso es muy respetable. Conocemos tantos testimonios de gente que reconoce que han tenido que pasar veinte años olvidando para poder sobrevivir, recuperar su personalidad. Sin embargo, no nos podemos permitir olvidar la Guerra Civil española ni política ni humanamente. Felipe González decía que había propiciado la transición bajo el signo del olvido porque era la forma del perdón. Fue un gran error. El perdón no se construye sobre el olvido, se construye desde la memoria. Pero los defensores de la memoria a veces olvidan que la memoria no es más que el inicio de un proceso.

La memoria no resuelve nada, complica los problemas, abre las heridas. Ese proceso debe ser pensado hasta el final, que es la reconciliación. Se llegue o no se llegue a ella, tiene que colocarse la reconciliación como el objetivo de la memoria. Y eso pasa por fases intermedias como repensar la figura política del perdón. El perdón no es sólo una actividad privada, es una virtud política. Tenemos que incorporar al discurso de la memoria la preocupación por la reconciliación.

Copyright Clarín, 2009.

jueves, 12 de febrero de 2009

La perversa estrategia de negar el Holocausto


El nazismo usó ocultamiento e impunidad para perpetrar su masacre e intentar borrarla. La humanidad retrocede hasta la peor escala moral si admite los discursos negacionistas.

La planificación de un genocidio por parte de sus perpetradores siempre conlleva dos aspectos bien definidos: por un lado, la destrucción física del grupo humano elegido como enemigo; por el otro, la estrategia de absoluta impunidad que habrá de imponerse a continuación, no sólo para sortear cualquier tipo de enjuiciamiento criminal, sino también para perpetuar los efectos del exterminio en la cultura imperante.

Es por eso que un genocidio no sólo persigue el exterminio de hombres, mujeres y niños en un momento determinado; su erradicación procura la desaparición de la minoría perseguida de una vez y para siempre: borrarlos de la faz de la tierra, como si nunca hubiesen existido. Así, la existencia de la minoría perseguida y destruida, en la cultura impuesta por los genocidas, pasa a ser, en las décadas siguientes, un mito, un rumor. Se procura erradicar no sólo su existencia, también su historia, su cultura, sus raíces. Es que si aquel pueblo jamás existió, entonces tampoco tuvo lugar su criminal desaparición.

La empresa genocida más acabada y bestial, emprendida a partir del empleo de los artefactos modernos más sofisticados, fue la que llevaron a cabo los nazis respecto del pueblo judío, durante la segunda guerra mundial el siglo pasado. En tal sentido, Hitler y sus huestes no lograron el objetivo en forma definitiva, pero sus planes tuvieron un significativo avance entre 1941 y 1945: de los once millones de judíos europeos cuyo exterminio habían procurado, más de la mitad fueron asesinados, entre ellos un millón y medio de niños.

Pero los nazis no sólo se ocuparon del aspecto material del genocidio judío, también dedicaron ingentes esfuerzos al día después a que el exterminio hubiera llegado a su fin, a que el último judío europeo hubiera sido gaseado. Heinrich Himmler lo dijo a sus oficiales en 1943: se trataba de una historia de la que nunca se habló ni se hablaría en el futuro.

La perversa estrategia de ocultamiento e impunidad les fue frecuentemente transmitida a los cautivos judíos por los perpetradores; es muy frecuente leer en las crónicas y biografías de sobrevivientes de la Shoá las soberbias y desafiantes arengas de los captores: nadie quedaría entre las víctimas para contar lo que pasó, y aun cuando alguien escapara al exterminio ¿quién le iba a creer a un pobre judío, privado de familia, amistades y comunidad, frente a la "verdad" monolítica del nazismo victorioso? Claro que la derrota a manos de los aliados impidió que esta estrategia pudiera hacerse realidad.

Sin embargo, aun con la Alemania de Hitler devastada y convertida en una pesadilla del pasado, retazos de aquel mecanismo de cerrojo a la verdad histórica siguieron en pie, pues no todos los vencidos quisieron rendirse ante la evidencia de que habían formado parte del crimen más espantoso que el hombre moderno haya visto.

Ese mismo mecanismo de defensa ha sido empleado, en las décadas siguientes y hasta nuestros días, por aquellos que miran con nostalgia el estado de cosas establecido por los nazis y otros movimientos fascistas en la Europa de entreguerras. Claro que para asumirse partidario del neonazismo hay que defender sin vacilar las consecuencias a las que condujo el discurso del odio racial: la matanza planificada de millones de inocentes, por el solo hecho de habérsele atribuido, de un modo cruel y arbitrario, ciertas condiciones que los identificaban como miembros de una raza enemiga, o inferior.

Como los neonazis saben perfectamente que Babi Yar, Ponary, Treblinka o Auschwitz son palabras que producen un efecto demoledor frente a sus balbuceos ideológicos, el único modo que les queda de intentar defender sus trasnochados postulados es negando la existencia de aquellos episodios. Es aquí donde aparece la funcionalidad del negacionismo. Es que el Holocausto constituye una barrera moral absolutamente infranqueable para quienes hoy en día pretenden detentar la ideología que precisamente condujo a aquella catástrofe. El único modo de superar este formidable obstáculo es poniendo en duda que lo que pasó haya tenido lugar efectivamente.

Pero este ensayo discursivo es imposible de sostener seriamente. Estamos hablando del episodio histórico más documentado de la historia reciente. Y para colmo, en la actualidad, disponemos de casi todas las evidencias a un click a través de Internet.A quienes no se conformen con ello, y además de "documentarse", quieran ver con sus propios ojos los vestigios del horror, no hace falta que recorran las barracas del campo de exterminio de Birkenau, con su sordidez y su carga de muerte; ni que se introduzcan en las cámaras de gas de Majdanek, para ver el aterrador tono azulado adquirido por paredes y techos debido al empleo incesante de los cristales de cianuro de hidrógeno. Basta con una visita al cementerio judío de Varsovia. Un predio vastísimo, doscientas cincuenta mil tumbas, en un estado de abandono absoluto, como si el tiempo se hubiese detenido allí por 1943. Desde aquel entonces, aquellas miles de tumbas quedaron sin nadie que las visite. Como dice Tzvetan Todorov, el exterminio de los judíos tuvo ese efecto suplementario: el de dar muerte por segunda vez a los muertos anteriores, los del siglo XIX; desde ese momento no había ya más memoria que pudieran habitar.

Está claro que el progreso de la humanidad, el evitar que Auschwitz se repita, sólo podrá lograrse preservando la memoria de lo acontecido. Extrayendo las enseñanzas del pasado. Honrando a las víctimas. Todo ello, el exacto opuesto de los discursos negacionistas.

Por: Daniel Rafecas
Fuente: JUEZ FEDERAL, CONSEJERO ACADEMICO DEL MUSEO DE LA SHOA, BUENOS AIRES

Fuente: Diario Clarín.

martes, 27 de enero de 2009

Entrevista inédita con Primo Levi: "Hoy hay demasiados monstruos en el horizonte"

Marco Viglino, un magistrado de Turín acaba de dar a conocer una entrevista inédita con Primo Levi realizada hace tres décadas. Vigliano, que entonces era sólo un joven de menos de 20 años, autorizó ahora una larga conversación jamás revelada con el autor de Si esto es un hombre.

"Marco, vení, está Primo Levi en el teléfono". Marco Viglino tenía 19 años y se estaba preparando para dar el examen de maturitá, en un liceo católico privado, cuando una noche de abril de 1978 lo sorprendió la llamada del escritor de la que nació la entrevista inédita que "La Repubblica" y Ñ Digital publican ahora.

Treinta años después, el autor de esta entrevista se convirtió en juez mientras que en Turín nació el centro de estudios que deberá catalogar el legado y los apuntes del escritor, un trabajo que fue confiado al historiador Fabio Levi, que mantiene silenciosamente el mismo estilo reservado y esquivo que caracterizó al escritor y –que después de su muerte el 11 de abril de 1987- mantuvieron sus herederos, la viuda y los hijos del autor de Si esto es un hombre.

Pero en las escuelas de Turín y del mundo la obra de Primo Levi asume hoy mientras se preparan las iniciativas para "El día de la memoria", un nuevo significado.

Es a la literatura, de hecho, pero también al cine, a la música, al teatro a los que se confía el recuerdo de la Shoah, ahora que los testimonios se vuelven cada vez más extraños.

El 26 de enero en Turín el escritor y director de la feria del libro, Ernesto Ferreol hablaron durante la jornada de estudios promovidas por la comunidad hebraica. "Primo Levi sabía muy bien que la memoria por sí sola no basta, porque la memoria es a su modo, una escritura, una reescritura continua que se aleja cada vez más del recuerdo original. La memoria es un material entre tantos y merece ser verificada y sometida a contrapruebas. Solo así, haciéndola objeto de una actividad de laboratorio rigurosa y continua puede ser una verdadera antropología de la banalidad del mal".

También por esto la entrevista inédita que ahora publica Viglino tiene un valor especial, sobre todo para quien tuvo la suerte de hacerla. "La lectura de Si esto es un hombre me había impactado –cuenta el hoy juez de un tribunal en Turín-. Así había dedicado a Levi la tesis que cada alumno debía preparar para el examen final. Pero una tía hizo una copia y se la dio a una vecina de su casa, que era pariente lejana del escritor. Esa tesis al final llegó a manos de Levi, a quien le gustó y me llamó inmediatamente. Todavía hoy, treinta años después me conmuevo al pensar en la simplicidad de un escritor famoso que llama a un chico desconocido.

Con el teléfono en la mano, Levi le preguntó a Viglino: "¿Hay algo que pueda hacer por ti?" "Quisiera conocerlo", le respondió el adolescente. "Me invitó para que fuera el día siguiente a su casa en Re Umberto. Me hizo acomodar su viejo sofá en el estudio, una pequeña habitación llena de libros. Estaba tan emocionado, que casi no me animé a pedirle que me dejara usar el grabador, pero por suerte, me animé. Ahora su voz, que era bellísima está todavía ahí en un cassette C90 de una hora y media que nunca más volví a escuchar después de escribir la entrevista, porque tengo miedo de que pueda romperse. Pasamos toda la tarde juntos y casi no quedó nada sin que le preguntara".

"Por treinta años –concluye Viglino- esas páginas escritas a máquina quedaron en el cajón, en el escritorio de mi casa, no se las mostré a casi nadie porque era muy celoso de ellas, aunque cada tanto las releía. Pero tal vez fui demasiado egoísta y ahora llegó el momento de compartirlas", asegura.

-Me sorprendió su deseo de dar a conocer su testimonio sobre la trágica experiencia en el campo de concentración. ¿Cuándo nació ese deseo?

-Este deseo, tan común en otros, nació en el Lager mismo. Queríamos sobrevivir también y sobre todo para contar lo que habíamos visto. Era un discurso común en los pocos momentos de tregua que nos concedían. También era un deseo humano: usted no encontrará un detenido en los campos que calle. (No, me corrijo, hay quienes prefieren no contar, por que fueron heridos de tal manera que decidieron o debieron censurar su pasado, lo sepultaron para no sentirlo más sobre ellos). Pero en primer lugar está la necesidad de sacarse el peso, de sacarse de encima lo que uno tiene adentro, aunque también existen otros motivos. Existe acaso también el deseo de hacerse valer, de hacer saber que sobrevivimos a ciertas pruebas, que fuimos más afortunados o más hábiles o más fuertes que otros.

-El punto de contacto entre los primeros libros y los que siguieron de ciencia ficción parecería ser su indignación, primero con lo que respecta a los campos nazis, y después respecto del sufrimiento de toda la civilización, ¿coincide?

-Sí, es una pregunta que muchas veces me hacen y sobre la que no soy el más autorizado para contestar, porque no está dicho que el autor sepa siempre con certeza por qué escribe. Yo tengo dos raíces: una es el sentido del Lager y la otra es el sentido de la química con sus dimensiones. Tenía en mente escribir algo sobre la historia natural un tiempo antes de ingresar al campo. Cuando era estudiante sentía un deseo parecido (no como un proyecto claro y distinto, pero como una vaga aspiración) y encontraba un terreno fértil en mi trabajo de químico. Por eso, después de haber terminado Si esto es un hombre y La tregua no es que haya escrito los demás dos libros: sólo junté algunas ideas y algunos cuentos que ya tenía escritos de antes. Por ejemplo, el primer cuento de Las historias naturales, el del viejo médico que recoge esencias lo escribí antes que Si esto es un hombre. Y, probablemente, si bien los temas son diferentes, también los demás textos se resintieron con la experiencia del Lager de una manera muy indirecta, en una forma de desilusión profunda, como un retirarse de la vida.

-Entre los personajes que encuentran en sus libros, usted muestra una particular simpatía e indulgencia para/con algunos que encarnan la astucia o el arte de aguantársela como César o il Greco.

-Antes que nada, estos personajes actúan en un contexto por demás particular como el del final de la Guerra. Ahora, con este marco diría que sí se puede ser indulgente. Hoy no admitiría un Greco, lo evitaría, me mantendría lejos de él, pero en ese momento lo sentía casi como un maestro. Él solía decir, "la guerra es siempre". Y después también me decía: "ves el calzado bello que llevo: es porque fui a robarlo a las tiendas de los rusos. Tú eres un tonto, no fuiste a buscarlas". Yo respondía que pensaba que la guerra había terminado y que los rusos nos proveerían. "La guerra está siempre", me repetía y, entonces, yo sentía que estaba de acuerdo con él. Actualmente sería mucho más severo en lo que a él respecta, también respecto a César, pero la astucia de César era tan "solar", tan abierta e ingenua en el fondo y a la vez inocua que estaría bien todavía. No sería un censor tan severo como para excluirla de esa manera: era "astucia a la italiana". César engordaba los peces con agua, pero después, delante de los niños hambrientos de la mujer rusa, se los regalaba. Esto forma parte de un arte de vivir que es vieja como el mundo y delante de la cual no se puede ser demasiado severos.

-Esa porción de rebelión que estuvo en la raíz de los primeros libros ¿se atenuó con los años o no?

-Yo corregiría lo de la carga de rebelión, porque la de indignación siempre existió, pero de rebelión no, porque no había manera, al menos para quien estaba a mi nivel. Rebeliones en el sentido técnico siempre hubo en algunos campos. El episodio del hombre que muere gritando "yo soy el último" se relaciona con una rebelión que había habido en otro campo: los prisioneros habían volado los hornos crematorios pocos días antes y este hombre de quien no conozco ni siquiera el nombre, estaba implicado en el caso. Seguramente había conseguido el explosivo. Retomando la pregunta, diría que la indignación sí persiste, pero digamos que ahora está ramificada. Sería estúpido hoy continuar viendo el enemigo sólo ahí, como el nazi, aunque para mí siga siendo el principal. Pero el mundo de hoy es mucho más articulado que el de antes. No eran buenos tiempos los de mi juventud, pero tenían la gran ventaja de que eran nítidos. La alternativa amigo/enemigo era muy nítida y la elección no era difícil. Hoy las cosas cambiaron. Por eso, también la indignación persiste pero erga omnes. Contra muchos, no sólo contra aquellos.

-En la famosa carta a su editor alemán usted dice que no puede entender a los alemanes y que por eso tampoco puede juzgarlos...

-No, dije, que no los entendía, pero sí que los juzgo.

-¿De qué manera?

-Los juzgo mal también a los alemanes de la actualidad. No a todos, claro. Yo tengo muchos amigos alemanes, también por el hecho de que hablo su lengua y me interesan y de que me rehúso a juzgarlos en bloque. Pero debo decir que estadísticamente son un país peligroso. Son un peligro mientras estén divididos en dos y ellos no lo acepten. Son pocos los alemanes que aceptan esta división. También tienen virtudes que se transforman en peligros virtuales como su extraordinaria pasión por la disciplina (que a nosotros –los italianos- nos falta y está mal, pero que a ellos les sobra) por la que están siempre prontos a acomodarse a quien comande, me da miedo.

-¿Y por qué entonces en la misma carta usted dice que los alemanes, además de ser un peligro, son la esperanza europea?

-La carta yo la escribí hace muchos años. En los 60', estaba entusiasmado por el hecho de tener un editor alemán que aceptara publicar mi testimonio, además del contacto que tenía con otros jóvenes alemanes. Me pareció que Alemania era en verdad otra. Entonces parecía un pilar de la democracia, ahora un poco menos, mucho menos.

-¿Cómo reaccionaba al ver compañeros de la tragedia ir todos los días a la muerte a causa de "la selección"? ¿Lo aceptaba como algo de hecho o le procuraba siempre el mismo dolor y el mismo disgusto?

-A la mañana cuando tomaban lista y entonces nos dábamos cuenta de que faltaba alguien, estaba considerado de mal gusto ir al fondo de la cuestión y preguntar demasiado, como sucede hoy cuando alguien muere de cáncer. Nadie habla voluntariamente. Era una forma de aceptación sobre todo porque la reacción hacia el compañero muerto no era muy diferente a la de un muerto natural. Mi amigo Alberto, del que hablé tantas veces, estaba en el campo con el padre. Era un chico muy inteligente y juntos hablábamos siempre de estas cosas sin inhibiciones y sin faltar a la verdad. Pero cuando el padre fue seleccionado, Alberto dijo estar seguro de que lo trasladaban a otro campo. Yo estaba deslumbrado al constatar que mi amigo había construido un reparo imaginario para aguantar una realidad de otro modo intolerable.

-Dada la mortalidad elevadísima que hubo en los campos, ¿piensa que su supervivencia se haya debido a la suerte o a otros factores?

-En primer lugar, yo pienso que el azar jugó un gran papel. Jamás me enfermé, sólo más tarde, de una manera providencial. Estaba trabajando en una fábrica y robaba al laboratorio lo que me pudiera servir para la subsistencia, luego dividía el botín con Alberto. Teníamos un pacto entre nosotros por el que dividíamos fraternalmente cada buen golpe. Un día que había robado té en el laboratorio fui con Alberto a venderlo al hospital donde lo necesitaban para los enfermos. Nos pagaron con una porción de sopa casi helada y empezada. Posiblemente la haya comido un enfermo de escarlatina, por lo que me contagié y me mandaron al hospital. Finalmente sobreviví. Alberto, que era inmune porque se había enfermado de chico, murió en el campo. Otro factor fundamental para mí fue el del obrero Lorenzo, de Fossano, que me trajo durante muchos meses, lo necesario para integrar calorías. Él, que ni siquiera fue prisionero, volvió más desesperado que yo. Era un hombre muy religioso y estaba aterrorizado por lo que había visto. Cuando volvió a Italia, solo y a pie, no quiso vivir más. Comenzó a beber, a mí que lo iba a ver seguido me decía bastante fríamente que deseaba no vivir más, que había visto bastante. Murió tuberculoso e infeliz.

-¿Recuerda algún episodio insólito y que no haya aparecido en sus libros?

-Con nosotros había un médico hebreo. Usted sabe que las religiones prevén ayunos muy rigurosos. En esos días no se come nada y tampoco se trabaja. Este médico a la noche, después del trabajo, le dijo al jefe de la barraca que no quería la sopa porque era día de ayuno y él no podía comer. El jefe de la barraca era un comunista alemán bastante endurecido por su tarea (tenía diez años en el campo sobre sus espaldas) pero, golpeado por la fuerza moral del prisionero, conservó la sopa hasta que el médico terminó el ayuno. Ese acto de humanidad, me impresionó mucho.

-¿Puede establecer una relación entre usted y otros escritores judíos italianos como Natalia Guinzburg y Giorgio Bassani?

-Hay una relación compleja evidentemente. El ambiente de Natalia Guinzburg es mi propio ambiente, los dos tenemos parientes en común. Ella nació como Levi y su hermano era nuestro médico. El ambiente de la burguesía judía de Turín es en el que nací y me crié. El de Bassani es distinto, tanto ella como otros personajes pertenecen a otro burguesía judía, la de Ferrara, que yo conozco más bien poco y que, por otra parte, no me gusta tanto, porque eran una clase bastante consciente de sus propios privilegios y bastante exclusiva, reserva y cerrada.

-¿Por qué razón Guinzburg le rechazó el primer manuscrito de Si esto es un hombre?

-No tengo rencor por eso, (aunque tuve durante un tiempo). Pensé en tantas cosas. Tal vez estaba saturada de manuscritos, ser lector en las editoriales es un mal trabajo. Pero es algo que aun después conociéndonos bien, jamás aclaramos.

-¿Todavía tiene contacto con compañeros de Auschwitz?

-A Enick lo perdí totalmente de vista. Reencontré a Pikolo, el del canto de Ulises; con él nos vemos regularmente, viene de vacaciones a Italia y trabaja como farmacéutico en un pueblo cercano a Estrasburgo. Es uno de aquellos que extirparon todos sus recuerdos, se aburguesó completamente y no ama hablar de estas cosas. Fui a verlo, la última vez, con la televisión italiana, le pedí que nos recibiera y me contestó: "a vos sí, pero sin cámaras". Después aceptó, aunque a desgano.

-¿Qué piensa de los jóvenes de hoy en día?

-La diferencia fundamental entre nuestra juventud y la actual está en la esperanza de un futuro mejor, que nosotros teníamos de un modo clamoroso y que nos sostenía en los peores momentos, incluso en los campos. Había una meta y era reconstruir un mundo nuevo con derechos iguales para todos, donde se aboliera la violencia, queríamos reconstruir Italia para llevarla a un nivel europeo. En cambio, los jóvenes de hoy me parece que tienen muchas menos esperanzas. En general veo que tienden a fines inmediatos y, tal vez, sea muy apropiado en cuanto a que no distinguen otro futuro. Me parece paradójico que haya sido más fácil nuestra juventud, porque hoy hay demasiados monstruos en el horizonte. Está el problema de la violencia, el problema energético, de la contaminación, el mundo está dividido en bloques: hay una total incapacidad de prever lo que vendrá y nadie osa hacer previsiones sensatas de acá a dos años, además siempre persiste el problema atómico. Encuentro pocos jóvenes que piensen en hacer o estudiar de alguna manera precisamente para su futuro. Es la pérdida de los valores, por lo que parece necesario gozar y quemar todo rápidamente.

-¿Por qué dejó pasar quince años entre "Si esto es un hombre" y su segunda obra?

"Si esto es un hombre, se editó en 1947, se imprimieron 2500 copias. Tuve buenas críticas, pero tuve 5 mil lectores. Después de eso no tuve más ganas de escribir, me parecía que había cumplido con mi deber testimonial, con el de haber descargado mis tensiones, no sentí la necesidad de escribir un nuevo libro. Después de muchos años recuperé el deseo, porque se volvió a hablar de la Segunda Guerra y de los campos de otra manera, en un sentido histórico. Hacia el 60 o tal vez antes hubo un ciclo de conferencias sobre el tema y me reencontré otra vez como protagonista. Muchos me incentivaron a contar la segunda parte de mi experiencia, es decir, el regreso de Rusia. Retomé la pluma también por otro motivo, había terminado la Guerra Fría y ahora podía contar la verdad completa, humana. Antes era imposible hablar de Rusia o, sino, se hablaba como si se tratara del infierno o del paraíso. Y yo no me sentía cómodo con semejante ambiente, de escribir un libro-verdad como La tregua. Solo después de la distensión internacional se volvió posible escribir sobre este tipo de cosas en un lenguaje no retórico.


-¿Por qué nació su alter ego Malabila con el que firmó algunos de sus libros?

-Porque en aquel tiempo, de otra forma hubiera sido escandaloso. No hubiera podido, yo, el escritor de Si esto es un hombre, ponerme a contar anécdotas e historias fantásticas. Propuse entonces un pseudónimo al editor, que aceptó con entusiasmo pensando tal vez de inventar conmigo un "caso literario". Después no sucedió nada y retomé mi nombre real.


Fuente: *La Repubblica y Clarín

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