¿PORQUÉ ENSEÑAMOS LA HISTORIA DEL HOLOCAUSTO?

Puesto que el objetivo de enseñar cualquier sujeto es activar la curiosidad intelectual del alumno para inspirar un pensamiento crítico y un crecimiento personal, es de aconsejar que se estructure el plan de clase considerando profundamente algunas cuestiones de propósito. Antes de decidir qué y cómo se enseña recomendamos que se considere lo siguiente:
Entre las diversas razones ofrecidas por los educadores que han incorporado un estudio del Holocausto en sus varios cursos y disciplinas están los siguientes:

- El Holocausto fue un punto decisivo, no sólo del siglo XX sino de la historia de la humanidad por entero. Fue un intento sin precedente de asesinar un pueblo entero y de extinguir su cultura.

- Un estudio del Holocausto ayuda a los alumnos a pensar sobre el uso y el abuso del poder y el papel y las responsabilidades que tienen los individuos, las organizaciones y las naciones al enfrentarse con violaciones de derechos civiles y/o políticas genocidas.

- Estudiar el Holocausto ayuda a los alumnos a desarrollar un entendimiento de las ramificaciones del prejuicio, el racismo y los estereotipos de una sociedad. Ayuda a los alumnos a desarrollar una conciencia del valor del pluralismo y les anima a la tolerancia en una sociedad diversificada y plural.

- La historia del Holocausto demuestra como una nación moderna puede utilizar su experiencia tecnológica y su infraestructura burocrática para ejecutar prácticas destructivas que abarcan desde la ingeniería social hasta el genocidio.

- El Holocausto provee un contexto para explorar los peligros del silencio, la apatía y la indiferencia frente a la opresión de otros.

- Al ganar conocimiento de los muchos factores históricos, sociales, religiosos, políticos y económicos que acumulativamente resultaron en el Holocausto, los alumnos ganan conciencia de la complejidad del tema y una perspectiva sobre cómo una convergencia de factores puede contribuir a la desintegración de los valores democráticos. Los alumnos llegan a entender que es la responsabilidad de los ciudadanos en una democracia aprender a identificar las señales de peligro y a saber cuándo reaccionar.

El Holocausto se ha hecho un tema central en la cultura de muchos países. Esto se refleja en como está representado en los medios de comunicación y en la cultura popular. La educación del Holocausto puede ofrecer a los alumnos un conocimiento histórico y aptitudes necesarias para comprender y evaluar estas manifestaciones culturales.

Fuente: Task Force for International Cooperation on Holocaust education remembrance and research

lunes, 18 de mayo de 2009

"Occidente vivió bajo el signo del olvido; ahora hay una cultura de la memoria"

Entrevista al Filósofo español MANUEL REYES MATE.

Muchos países esconden su pasado recortando recuerdos, que son homenaje a las víctimas y revisión del vínculo entre política y violencia. España, a 70 años de la Guerra Civil, muestra que se deben aplicar justicia y reparación.

La duración del pasado se extiende al presente, penetra el futuro y se abre a nuevos sentidos. A siete décadas de finalizada la Guerra Civil española, persisten los ecos de ese enfrentamiento, la memoria de las víctimas y el anhelo de justicia. No le extraña esta vitalidad del pasado a Manuel Reyes Mate, filósofo español entregado a pensar Auschwitz y la violencia que se proyecta sobre la cultura. España tiene, como otros países, un pasado cargado de muertes.

¿Cómo lo viene procesando?

El 1° de abril se cumplió el 70° aniversario del final de la Guerra Civil, de la que se habla ahora más que nunca. La razón es porque ha habido mucho silencio sobre ella. Un silencio obligado durante la dictadura y uno acordado en la transición política. La transición española se hizo bajo el signo del olvido. Hasta se presentó esa fórmula como un modelo a seguir. El silencio era obligado por la relación de fuerzas de entonces; era una democracia militarmente vigilada. Entonces seguramente se hizo lo que se pudo, pero no lo que se debió.

¿Por qué es tan asertivo?

Es que no había ninguna razón para pensar que el olvido era la fórmula correcta para superar una etapa de dictadura y acelerar la democracia. Hay una memoria histórica pendiente que se ha empezado a manifestar hace una década, coincidiendo con varios factores, uno es la aparición de los nietos. La figura de los nietos es muy importante; el nieto tiene una distancia respecto a los acontecimientos que no tienen los hijos ni los padres, y también el nieto quiere saber. Ellos integran asociaciones para la recuperación de la memoria histórica. En todo el mundo hay una conciencia, una cultura de la memoria que no había antes.También ha habido un silencio sobre Auschwitz hasta finales de los años 70 en Alemania.

Se entendía que se debía mirar hacia adelante... Occidente vivió bajo el signo del olvido. Ahora hay una cultura de la memoria. El juicio de Eichmann supuso un cambio que más tarde se consumó. Esta cultura de la memoria explica la situación española actual, la conciencia viva de que hay un pedestal pasado por pensar.


¿Cómo juzga las intervenciones judiciales sobre el pasado violento? ¿La Justicia da la palabra final?

Esta idea de que la juricatura o un parlamento van a imponer una lectura final del pasado no es lo que está en juego en España. De lo que se trata es de interpretar, darles una significación política o moral a hechos que conocemos todos. Eso es lo que estaba en juego en las intervenciones del juez Garzón. En España los poderes políticos no son muy favorables a la memoria. Y entonces el gobierno de Zapatero intentó una ley que se ha dado en llamar de "Memoria histórica", pero que no es una ley de la memoria histórica; es una ley pensada para ampliar los colectivos damnificados por la guerra y repararlos materialmente. Lo que pasa es que la opinión pública entendió que estaba sobre la mesa algo más que la reparación: el problema de la memoria histórica. Entonces, la ley iba por un sitio y el debate público iba por otro. La opinión pública quería que se valorara lo que significaban todos esos desastres.

Lo que hizo Baltasar Garzón fue reavivar el debate a través de medidas jurídicas poco ortodoxas. Y ha conseguido poner sobre la mesa aspectos que la Ley de Memoria Histórica no contemplaba, como qué pasa con esos juicios sumarísimos a tantos republicanos por ser republicanos y que siguen sin revisarse. Y lo otro que consiguió fue un listado de desaparecidos y represaliados después de la Guerra Civil. Se pensaba que la cosa podía estar en torno a los 20 o 30 mil y han resultado ser más de 150 mil. Y eso lo único que demuestra es la deuda pendiente con el pasado, que el derecho no se atreve a afrontar y que los políticos tratan de torearlo, pero que la opinión pública se resiste a olvidar.

¿Sigue, entonces, estando en juego el destino de los muertos?

Estamos asistiendo a un cambio en el derecho del concepto de justicia. En castellano, la palabra justicia es muy ambigua, porque justicia era el verdugo, el que ajusticiaba. Hay una idea de la justicia como castigo al culpable. Pero crece la idea de que justicia es reparar el daño a la víctima. Son dos enfoques muy diferentes. Para Walter Benjamin la justicia tiene que ver con el sufrimiento inferido al inocente, y eso implica recurrir al concepto de memoria. El dice que la memoria es lo que hace que la injusticia pasada exista. Sin memoria, la injusticia deja de existir. Entonces, para que haya justicia tiene que haber presencia de las injusticias. Y eso sólo es posible a través de la memoria. La memoria de la injusticia es lo que nos permite hablar con rigor de justicia.

Occidente, mientras ha entendido la justicia como castigo al culpable, mientras se ha desentendido de la justicia a los muertos y de reparar aquello que parecía irreparable, ha construido un concepto de justicia muy pobre, porque esa justicia se declaraba incompetente en aspectos fundamentales de la injusticia, como es fundamentalmente la injusticia a las víctimas de la historia, a los muertos. La genialidad de Benjamin es hacernos ver que si no colocamos a los muertos como presente de los vivos, es decir, si no atendemos a la injusticia que se ha hecho a los muertos, tenemos garantizada la injusticia a los vivos. Si la historia se ha construido sobre víctimas, la única manera de romper esa lógica es manteniendo en la memoria las víctimas del pasado, no dando vuelta las páginas.

¿Qué riesgos trae la pasividad del espectador, la indiferencia ?

Marek Edelman, uno de los sobrevivientes del Gueto de Varsovia, acabó sus memorias diciendo que indiferencia y crimen es lo mismo. Yo he pensado mucho en esta frase a propósito del problema de violencia política que más directamente tenemos los españoles, el terrorismo etarra, el cual se explica por la indiferencia de la opinión pública, por el apoyo de una pequeña parte de ella y por el desinterés de su mayor parte. Venimos de una tradición muy peligrosa, que ha cultivado la indiferencia. Los espectadores tendemos a ser cobardes; hace falta una cultura de la responsabilidad. Nueve de cada diez europeos miraron hacia otra parte mientras el hitlerismo exterminaba a los judíos. No se explica la shoáh sin la indiferencia de las iglesias, los intelectuales y la opinión pública.

Hay filósofos que usan hoy la expresión "abuso de memoria". ¿Cuándo se da ese abuso?

Es evidente que hay abusos de la memoria. Pero hay críticos de la memoria sin haber llegado a ella, antes de que se empiece a recordar, como hay críticos de la Ilustración sin haber pasado por ella. Cuando al fin empezaba a hablarse de la memoria, ya algunos decían que era un abuso de ella. La memoria es un material peligroso, altamente inflamable. Y no me refiero a la ideología de las víctimas ni a la de los sobrevivientes, eso es secundario.

¿Por qué?

Porque lo importante es la significación objetiva de las víctimas. Las víctimas tienen un significado en sí mismo, en el hecho de serlo, más allá de lo que pensaran. Más importante que la ideología republicana de la víctima republicana es el hecho de ser víctima. La significación de las víctimas lleva directamente a repensar el tema de política y violencia. No puede haber ningún homenaje a las víctimas que de alguna manera signifique justificar un nuevo tipo de violencia o crear condiciones para su reproducción. El último significado de la memoria de las víctimas es repensar la relación entre violencia y política. Y en ese campo es donde se decide un uso o un abuso de la memoria.

Un uso de la memoria que llega a la reproducción de la violencia bajo el signo del odio o la revancha es un abuso de la memoria. Una memoria bien entendida lleva a repensar la relación entre violencia y política: la mayoría de los testimonios de las víctimas llama la atención por la serenidad con la que juzgan su experiencia. Un sobreviviente de un atentado de ETA, actual diputado del Partido Socialista, a quien la bomba le llevó por delante la pierna -era un jugador de voleyball de 21 años- dijo: "Esa experiencia me ha curado del odio; me ha hecho muy sensible a lo que significa la violencia en la política". Este es el tono general de los sobrevivientes; somos los intérpretes los que cargamos las escopetas.

¿No necesitamos también olvidar, acaso no lo necesitan las víctimas?

Hay un olvido terapéutico que es indiscutible. Las víctimas individualmente necesitan olvidar para sobrevivir, y eso es muy respetable. Conocemos tantos testimonios de gente que reconoce que han tenido que pasar veinte años olvidando para poder sobrevivir, recuperar su personalidad. Sin embargo, no nos podemos permitir olvidar la Guerra Civil española ni política ni humanamente. Felipe González decía que había propiciado la transición bajo el signo del olvido porque era la forma del perdón. Fue un gran error. El perdón no se construye sobre el olvido, se construye desde la memoria. Pero los defensores de la memoria a veces olvidan que la memoria no es más que el inicio de un proceso.

La memoria no resuelve nada, complica los problemas, abre las heridas. Ese proceso debe ser pensado hasta el final, que es la reconciliación. Se llegue o no se llegue a ella, tiene que colocarse la reconciliación como el objetivo de la memoria. Y eso pasa por fases intermedias como repensar la figura política del perdón. El perdón no es sólo una actividad privada, es una virtud política. Tenemos que incorporar al discurso de la memoria la preocupación por la reconciliación.

Copyright Clarín, 2009.

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